domingo, enero 27, 2008

domingo, enero 06, 2008

Una escritura entre Ríos

A la par de una antología editada en México por el Fondo de Cultura Económica con prólogo de Carlos Fuentes (Larva y otras noches de Babel), se publica en Francia un tomo de acercamientos a la obra del escritor español Julián Ríos (1941) que en el título marca ya un camino, pues se le llama El Rabelais de las letras españolas (Press Universitaires du Mirail). En otras latitudes se ha dicho que es Ríos “el Joyce español”. Cada cual se apropia de ese proyecto a su manera; son modos de referirse a un afluente narrativo complejo que toma sus distancias del mercado actual de literatura (fábrica de bestsellers) y construye su propio orbe.
De ahí que Juan Goytisolo, por ejemplo, hable de la singularidad artística de Ríos, y no se extrañe por el diálogo arduo, ríspido, entre la novelística del autor y la institución literaria española actual, aunque, por otro lado, Carlos Fuentes no dude en designarlo heredero de Cervantes, Quevedo y Valle-Inclán, pues “Ríos sabe que si el idioma se nos muere, si dejamos vacío el espacio del lenguaje, el hueco será llenado enseguida por los lodazales de la intolerancia, la estupidez y el miedo”.
El tomo ensayístico, dirigido por Stéphane Pagés, arranca con una overtura a dos voces (Goytisolo y Fuentes), y cubre las visiones de conjunto (Ramón Chao y Jean Tena), la innovación lingüística (Stéphane Pagès), el juego de la intertextualidad (el mismo Pagès y Marco Kunz), el diálogo del texto y la imagen (Rafael José Díaz y Jacques Terrasa, entre otros), la recuperación del mito de Don Juan en Larva y los problemas de traducción que presenta el ciclo narrativo de Julián Ríos, escrito (dígase de una vez) en un español que se inunda de muchas voces lingüísticas, como una suerte de gran juerga de jergas.
Ese non casto castellano debe volverse igualmente peculiar al convertirse a otras lenguas, lo que implica una re-creación que ha dado, en su paso al francés y el inglés, frutos sorprendentes, pues descubre una escritura que en esas latitudes del idioma también hacía falta.
El acento está en una lengua más que viperina, que no daña sino trastorna o transforma, sí, pero además en otras ondulaciones, como la vocación milenaria de Ríos por vestirse de Sherezada, con mil y un cuentos por contar. Una Sherezada cultivada en las bellas letras y que ata amores librescos, como en el libro que se titula, precisamente, Amores que atan.
En uno de los ensayos de Julián Ríos, les Rabelais des lettres espagnoles, Marco Kunz revela cuáles son las novelas presentes en el abecedario de Amores que atan, ese fenomenal caleidoscopio que hace Ríos con las bellas (de las) letras del siglo XX, que va de la A de la Albertine de Marcel Proust a la Z de la Zazie de Raymond Queneau, pasando por la Bonadea de Musil, la Celia de Beckett, la Daysy de Fitzgerald, la Ellen Tatcher de Dos Passos, la Grace Brissenden de James, la Hermine de Hesse, la Ikuko de Tanizaki, la Julia Martin de Rhys, la Klara Pollunder de Kafka, la Lolita de Nabokov, la Molly de Joyce, la Nadja de Breton, hasta cerrar con la/el Orlando de Woolf, la Pocahontas de Schmidt, Quentin de Faulkner, Robin Vote de Barnes, Sally Bowles de Isherwood, Tristana de Galdós, Ursula Brangwen de Lawrence, Virgine de Céline, Wanda de Sacher-Masoch, Xénie de Bataille e Yvonne de Lowry.
El repaso de las heroínas es exhaustivo, y esa lista podría alimentar un curso universitario en donde se leyera cada una de esas novelas que fueron fundamentales para un siglo XX ahora perdido, y que Ríos unió en uno de sus libros con esos “amores verbales que atan, que nos atan, a la vida, a las palabras, a la imaginación y al amor” (Fuentes dixit).

Diciembre 2007