sábado, diciembre 14, 2019


El talón de Aquiles de una novela notable

Empiezo de un modo indirecto: en los primeros meses de 1968 Mario Vargas Llosa escribe desde Londres una carta a Augusto Monterroso para invitarlo a participar en un proyecto literario, un libro de cuentos sobre dictadores hispanoamericanos. Participarían Alejo Carpentier (quien hablaría del cubano Gerardo Machado), Carlos Fuentes (sobre Antonio López de Santa Anna), José Donoso (del boliviano Mariano Melgarejo), Julio Cortázar (de su compatriota Juan Domingo Perón), Carlos Martínez Moreno (del también argentino Juan Manuel de Rosas), Augusto Roa Bastos (del paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia), el propio Vargas Llosa (del peruano Luis Miguel Sánchez Cerro) y Monterroso (del nicaragüense Anastasio Somosa padre).
Apunta Monterroso en La palabra mágica (1983): “Han pasado cerca de quince años desde que recibí la carta de Vargas Llosa y el libro no ha aparecido, lo que me autoriza a imaginar que todo se quedó en proyecto y que ya se puede hablar de él como parte de la invencible Historia literaria de lo que no se escribió”.
No obstante, supone que ese pudo ser el origen de El recurso del método de Carpentier o Yo, el supremo de Roa Bastos e incluso Terra Nostra de Fuentes, entre otros títulos. En cuanto a Monterroso, dice: “la verdad es que el tema me dio miedo, miedo de meterme en el personaje, como inevitablemente hubiera sucedido, y de empezar con la tontería de buscar en su infancia, en sus posibles insomnios y en sus miedos y terminar ‘comprendiéndolo’ y teniéndole lástima”.
Y así, termina, recordando a Pirandello “renuncié a trabajar en un Somoza al que como juez me habría gustado mandar fusilar pero que como escritor hubiera llegado a presentar en toda su indefensión y miseria”. Así que a los pocos días le escribió a Vargas Llosa para decirle que no, que muchas gracias.
Recordé insistentemente este pasaje al llegar a las páginas finales de El vendedor de silencio (2019), de Enrique Serna. Luego de un largo viaje por la primera mitad del siglo XX, con momentos en los que el protagonista, Carlos Denegri, ingresa por méritos propios a una galería de lo grotesco mexicano, en un increíble trabajo de reconstrucción de la vida cotidiana en México en tiempos de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán y Gustavo Díaz Ordaz, con apariciones estelares de Salvador Novo y Alfonso Reyes, entre los escritores, o Jacobo Zabludosvky y Julio Scherer, entre los periodistas, o Gloria Marín y María Félix, entre las divas, ese arribo al trauma original, la explicación última de la conducta desordenada del personaje, cuando, como diría Monterroso, el narrador expurga en su infancia y termina ‘comprendiéndolo’ y teniéndole lástima, causa cierta insatisfacción. ¿De eso se trataba todo?
En efecto, Denegri es un caso clínico: acaso el máximo representante del periodismo chayotero, un macho mexicano de cuerpo entero que seduce o compra a las mujeres con joyas y abrigos de mink para luego humillarlas y agredirlas… Quizá una cosa tenga que ver con la otra y esa corrupción del oficio y esa virilidad golpeadora sean un reflejo del México que se formó en los años que siguieron a la Revolución mexicana, en la etapa institucional, con perfiles similares en los distintos ámbitos de la sociedad. Es decir, con miras amplias el retrato del personaje nos hubiera llevado, y nos lleva, en la mayor parte del libro, a un paisaje panorámico del México del siglo XX; acaso la óptica equivocada es la que se conduele de la decadencia de Denegri y encuentra la explicación última de su neurosis: el aparente abandono del padre que fue en realidad una expulsión del país en connivencia de la madre con su nuevo amante, un funcionario poderoso. Es la pérdida que justifica todos los excesos. En el inconsciente de Denegri la madre es la Santa y la Gran Puta, y por degeneración todas las mujeres de su vida lo serán: “Mamá y Natalia eran dos caras de la misma moneda, el ayer y el hoy de una diosa tutelar voluble, dulce pero falsa, tierna pero egoísta, que lo amamantaba y al mismo tiempo le chupaba la sangre”.
La novela es notable: el narrador parece saberlo todo, o casi todo, de la historia mexicana en cuanto a la manera como se movían las redacciones o la vida nocturna. Ha investigado de modo profundo en su protagonista, que intenta la poesía, sin suerte, y luego encuentra habilidades en una prosa sencilla, afecta al lugar común, que será su vehículo para enriquecerse… Este “macho de película mexicana”, como le dicen por ahí, obtiene su redención al final, cuando en la catarsis de su vida halla, en complicidad con el narrador, las claves psicológicas que provocaron tal desorden existencial. En un libro técnico, de terapia psicoanalítica, ese hubiera sido un gran final. En una novela ambiciosa parece una resolución fácil, tal vez equívoca, y narrativamente desacertada.

Diciembre 2019

Etiquetas: , , , , , ,

miércoles, diciembre 11, 2019


Carlos Loret de Mola: en el corazón del poder mediático

Es febrero de 2015. En una charla abierta, el joven conductor del noticiario matutino de Televisa dice no creer en la amplia libertad de las redes sociales y asegura que en su empresa nunca lo han censurado, acepta como un error su participación en el montaje del “caso Cassez” y pide al gobierno federal salir del pasmo en que su sumió al finalizar ese año esquizofrénico que fue 2014.
Son las nueve de la mañana. En el foro de Primero Noticias, Carlos Loret de Mola despide la transmisión y cumple así, sonriente, la mitad de su jornada. Cuando algunos apenas se están instalando en sus oficinas, para él ya es como si fuera mediodía. Véase si no: despierta a las cuatro de la mañana, aparece por Televisa Chapultepec aproximadamente al cuarto para las cinco, da entonces los últimos ajustes a lo programado en el noticiero, lee los periódicos y poco antes de las seis va al aire por tres largas horas… ¿Misión cumplida? No, después de las nueve hay aún muchas cosas por hacer: asistir a algunas juntas, hacer ejercicio (en la caminadora de la oficina o un poco de nado en la alberca del edificio donde vive), escribir la columna que publica tres veces por semana en el periódico El Universal y comer, de preferencia en casa; por la tarde conduce en Radio Fórmula otro noticiero, éste de seis de la tarde a ocho de la noche. Entre una cosa y la otra, tuitea; la cuenta @CarlosLoret tiene más de cuatro millones de seguidores. A las nueve de la noche, nueve y media a más tardar, ya está en la cama. “Para poder funcionar debo llevar una vida ordenada”, dice.
Hay quienes estampan sus nombres o sus iniciales en los trajes y las camisas. Ante la pregunta del sastre en este sentido, Loret de Mola tomó la decisión de que en su ropa se escribiera algo que implicara una reflexión o lo pusiera de buen ánimo. A los trajes les puso los nombres de las guerras a las que ha ido; por ejemplo: Siria 2012. A los sacos, las coberturas de desastres naturales en que ha participado: el terremoto de Haití, el tsunami de Indonesia … Y las camisas tienen, en las mangas, los nombres de las personas que han sido importantes en su vida. La del día de la entrevista decía “Chitó”, por su bisabuela, fallecida hace apenas año y medio. “Era mi segunda madre, todavía lloro cuando me acuerdo de ella. Era mi adoración.”
Otro detalle son los calcetines, por lo común vistosos, coloridos. “Forman parte de la diversión cotidiana, no todo puede ser tan serio”, dice.

Twitter perdió la virginidad

—En estos tiempos, un periodista abarca muchos espacios: está en televisión, radio, prensa, página web, redes sociales…
—Sí, y muchas veces me dicen: “Eres diferente en la columna que en el radio”, o: “Eres diferente en el radio que en la tele”. Y mi respuesta es que los lenguajes son diferentes. Pongo este ejemplo: si tú chocas, la manera como se lo cuentas a un compañero de trabajo o a tu mamá es dramáticamente diferente, pero les cuentas lo mismo. Lo que cambia es el lenguaje. Yo trato de presentar en cada ámbito cosas diferentes, para que no se aburra la gente. Mi columna, por ejemplo, es de opinión; los de radio y televisión son programas informativos. Un documento duro quizá es mejor presentarlo en la prensa; una buena imagen, mejor en televisión, o un buen audio en la radio.
—Aunque sí hay espacios de libertad distintos: algo que no se puede decir en televisión sí puede decirse en la radio, o lo que no puede decirse en la radio circula sin problema alguno en el periódico…
—Hay muchos mitos con respecto a los espacios de libertad en los medios de comunicación. Un gran porcentaje de la gente piensa que en Televisa nos censuran, que lo más cerrado es la televisión, y no es verdad. O que las redes sociales son un espacio libre. Tampoco es cierto. Yo a veces veo una gran contaminación en las redes sociales muy superior a la que tuvo la televisión en sus peores tiempos, en la década de los setenta o los ochenta. Hay muchas maneras de manipular las redes sociales, crear un trending topic ficticio, vulnerar a algún rival político, y son niveles de manipulación sólo comparables con aquella vieja televisión monolítica. Hay muchos mitos en torno a esto; y mucho interés en que se mantengan.
—Las redes sociales son una especie de coro griego que comenta la actualidad con mayor libertad que en los medios periodísticos tradicionales, ¿no te parece?
—Difiero un poco de eso. Nacieron siendo un coro griego pero ya, hoy por hoy, están brutalmente manipuladas. No creo en los trending topics: las empresas comerciales, los partidos políticos o los candidatos a lo que sea, contratan los servicios de boots, mediante algún tuit center, con lo que personas no reales manejan treinta o cuarenta cuentas, y a razón de diez tuits cada una suman mensajes y mensajes, todo eso pagado. Los robots le han hecho perder la virginidad a Twitter. El coro griego ya está muy manipulado.
—Para ejemplificar lo que ha sido la televisión en México suele recordarse lo que dijo Jacobo Zabludovski el 2 de octubre de 1968, cuando su nota principal en el noticiero fue que ese jueves había sido un día soleado. ¿Ha cambiado la televisión mexicana?
—Me gusta que tomemos ese punto de partida y lo comparo con esto: cuando sucedió lo de Ayotzinapa, en estos sillones en donde ahora estamos conversando, en el foro de Primero Noticias, estuvieron padres de familia de los normalistas. Luego vino el procurador de justicia. Y antes, en la misma coyuntura, porque esos dos hechos se empalmaron, el vocero presidencial habló de las casas de Peña Nieto y su esposa. Es muy diferente lo que había en 68 de lo que hay ahora, y que evalúe cada quien, ¿no?
—Hay otro momento significativo: el quinazo, cuando a Guillermo Ochoa, conductor del noticiero matutino, con lógica periodística se le ocurrió transmitir una entrevista de archivo con el líder petrolero… y esa fue su despedida del programa.
—A mí no me han corrido por ninguna entrevista, y aquí se han hecho entrevistas muy duras a muchos personajes, sin ir más lejos a Enrique Peña Nieto. Quienes hablan de la supuesta unión entre Televisa y Peña Nieto deberían revisar en youtube mi entrevista a Peña Nieto. Dirán: “No puedo creer que eso haya pasado en Televisa”. Sí pasó y no ocurrió nada, aquí sigo trabajando. Creo que todavía estamos viendo la realidad del siglo XXI con el lente del siglo XX. Hay que ajustar un poco eso, hay que ir al optometrista político.

El pato cojo
—El 2014 fue difícil para el país por lo que mencionabas: el caso Ayotzinapa, las casas de Peña Nieto y Videgaray… ¿Cuál es tu resumen de ese año terrible?
—Fue un año esquizofrénico. Al arranque tenías a un presidente laureado internacionalmente: era el gran reformador de México, que había logrado convencer a los partidos de oposición de sacar 16 reformas, algunas de ellas en verdad relevantes. Era el presidente de moda. Y en un segundo, con lo de Ayotzinapa y luego con los conflictos de intereses en sus casas, se desvaneció. Lo que me sorprendió más que todo (además, claro, de los acontecimientos brutales), fue la nula capacidad de reacción, el pasmo en el que todavía hoy, en el momento en el que realizamos esta entrevista, se encuentra el gobierno federal. Yo no sé, sería equivocado pensarlo así, si le apuestan a que el tiempo termine curando las heridas. Hay cosas que la sociedad mexicana ya no está dispuesta a aceptar. Si quieren vender un discurso de modernidad económica y de competitividad, éste tiene que venir acompañado de un discurso de modernidad política y de comportamientos en la función pública. Me parece que ese vínculo ellos todavía no lo establecen, y parece que quieren seguir anclados en cuestiones del pasado que la sociedad ya no acepta. No sé cuánto tiempo tardarán en darse cuenta ni qué va a pasar para que se den cuenta. El otro día, en una de mis opiniones, escribí que el presidente parecía un pato cojo, que es como dicen que están los presidentes en la recta final de su mandato, cuando ya no se controla el Congreso y hay precandidatos en campaña. Así se dice: es como un pato cojo. ¡Y Peña Nieto es un pato cojo en el año dos! Espero que se mueva y haga algo.
—¿Has conversado con él en estos días?
—Si te fijas, desde que empezó esta crisis para acá no ha dado ninguna entrevista, y me encantaría hacerlo, tengo muchas cosas que preguntarle.
—¿Qué le preguntarías?
—Me concentraría en lo de Ayotzinapa y en el asunto de sus casas.
—Es decir, la inseguridad y la corrupción política. ¿Son los males mayores del presente mexicano?
—Esos son los dos grandes problemas que no parece todavía resuelto a enfrentar. Tiene que enfrentarlos, se le están estrellando en la cara y no veo que esté haciendo mucho. Nombra a un secretario de la Función Pública y el mismo día, en paquete, le pide que investigue y le da el resultado de la investigación. Fue una vacilada, hasta como chiste es malo.
—¿Y cuál es tu perspectiva para este 2015?
—Si se mantiene el pasmo del gobierno, vamos a vivir lo que hemos estado experimentando en los últimos dos o tres meses. Veo un gobierno desconectado de la sociedad, de la realidad, y eso no es bueno para el país. Si no hay la percepción en el extranjero de que aquí la ley se cumple, no van a llegar las inversiones que debieron haber acompañado esas reformas tan presumidas. Dependerá un poco de cómo reaccionen y de si todavía son capaces de hacerlo.

Dos grandes errores

—Periodísticamente, ¿qué es lo más difícil que has vivido?
—Yo creo que desde que llegué a Primero Noticias, hace diez años, he tenido dos grandes errores. El primero ha sido el asunto de Florence Cassez, porque, literalmente, me metieron un gol por debajo de las piernas. Que te metan un gol, pasa; pero que te metan un gol tan feo sí duele y da coraje. Me recrimino mucho por no haberme dado cuenta que la autoridad había montado un operativo. A mí me lo ofrecen como una cosa real y nunca, en mi cabeza, me hubiera podido imaginar que era una obra de teatro. A lo mejor debí haberlo imaginado y no lo hice, ese fue mi error. Afortunadamente fue aquí mismo, en Televisa, que nos dimos cuenta del montaje, aquí mismo lo denunciamos y tomamos las medidas para que eso no volviera a suceder. Y el segundo gran error fue una vez, entrevistando al cantante Kalimba, acusado de violación, en que sus abogados me dijeron una cosa y él decía otra; entonces insistí, pero insistí de más, abusando del micrófono, de mi poder y mi espacio. Quedé con un mal sabor de boca, creo que es la peor entrevista que he hecho en mi vida. Por fortuna la gente me lo reclamó. Fue un error, hay que reconocerlo, y ofrecer disculpas por ello.
—¿Cuáles son tus principios como periodista?
—Primero, como nadie es dueño de la verdad lo que tienes que hacer es acercarte lo más que puedas y una muy buena ruta es la pluralidad: que se escuchen todas las voces. Aquí eso ocurre, no como en algunos lugares que se dicen independientes y donde sólo se escuchan las voces de un lado. Aquí se escuchan todas, aquí todas salen al aire, a veces no a un costo bajo. Creo que eso es bueno. Lo segundo es la honestidad. La verdad, yo no soy superdotado ni inteligente ni ninguna de esas cosas que otros periodistas sí son, pero sí soy derecho. A mí que me esculquen, a esto me he dedicado desde que estaba chavito y no ando haciendo negocios por aquí o recibiendo lana de políticos o empresarios o narcos a cambio de defenderlos. La lana que me pagan es de El Universal, Radio Fórmula y Televisa. Punto. Me puedo equivocar, puedo dar una opinión con la que no estés de acuerdo, pero lo hago desde la honestidad. Esos son los dos principios que me rigen: pluralidad para tratar de equivocarme lo menos posible, y honestidad, porque uno es un ser humano que no está obligado a la perfección, pero sí a ser honesto, sobre todo con la audiencia.
—Históricamente, la prensa solía andar tras el dinero.
—Todavía circula mucho dinero, muchos intereses, muchos favores. Un día hay que darle una limpiadita a todo eso.
—¿Te han ofrecido?
—Nunca, nunca, ni cuando era reportero. Curiosamente. Yo creo que no doy pie. Hay muchas gubernaturas que lo hacen, muchos políticos que lo hacen, o los narcos que se han metido al negocio de comprar periodistas o amenazarlos. Para mí, ahora, el máximo enemigo de la libertad de expresión, más allá del cochupo, es el crimen organizado, que está matando periodistas. Y aquí de nuevo hay que actualizar la óptica. Hay quien habla todavía de la censura de Los Pinos a Televisa, y yo le digo: “¿En qué año estás?, ¿en qué año vives?” En el momento que se diversifica el poder en México, y ese poder monolítico se disuelve en gobernadores, en otros políticos y partidos, Iglesia, crimen organizado, empresas poderosas, se diversifica también la censura. El que compra un espacio, un anuncio, cree que con ello compra inmunidad editorial, y eso es una mentira. Lo real es que hay muchos factores que inciden, mucha gente que trata de presionar, amenazar, pero también hay una sociedad fuerte que está dispuesta a respaldar a los periodistas que le dicen la verdad. El ambiente es complicado, pero tenemos músculo para resistir, y ese músculo tiene que ver con una sociedad que no está dispuesta a dar marcha atrás en muchas cosas que ya consiguió, entre ellas la libertad de expresión.
—¿Recuerdas tu primer día como responsable del noticiero matutino?
—Sí, lo recuerdo. Fue el 11 de octubre de 2004. Tenía 27 años de edad. Imagínate: ¡tres horas de programa a los 27 años en el Canal 2! Estaba nervioso, me sudaban las manos. Como dirían los toreros: si se me iba ese toro vivo, nunca más volvería a alternar en la plaza. No fue así. Frente a una cámara uno siempre se pone nervioso, unos días más que otros, y depende de lo que estés enfrentando. Hace poco, cuando la explosión del hospital infantil en Cuajimalpa, me sudaban las manos, preguntaba a los reporteros qué había pasado, recurrimos al helicóptero, a las motocicletas… Los nervios nunca se van.
—¿Qué te enorgullece de tu trabajo?
—Como cobertura, hicimos una encuesta entre nosotros; pusimos las guerras que han sucedido en estos diez años, las campañas electorales, el Papa, y lo que más gustó fue la cobertura del tsunami de Indonesia en 2004, al poco tiempo de haber empezado Primero Noticias. Y uno de mis orgullos personales es caerle mal a todos los políticos, de todos los partidos. Si el presidente no te busca o habla, si López Obrador te desacredita y en el PAN te ven con desconfianza porque cuando Felipe Calderón era presidente fuiste un malvado con él, creo que estás en la ruta correcta. Es más fácil plegarse de un lado, y así te odiarían unos pero te apapacharían otros. Cuando no te apapacha nadie, cuando tienes frío y no hay cobijita que te tape, sí está más duro el día a día. En el 2006, cuando la polémica elección, Calderón presionaba a mis jefes para que me corrieran, y empresarios de alto nivel coludidos con Calderón pedían mi cabeza; al mismo tiempo, en el Zócalo, López Obrador me llamaba con un apodo muy chistoso; decía que Loret de Mola era ¡el cachorro del imperio!
—A veces parece que este país se está desmoronando…
—Los gobernantes pueden hacer mucho daño pero no pueden matar una patria. La patria es mucho más que sus gobernantes, y lo digo a todos los niveles: no acaban ni con un municipio, ni con un estado, ni con un país. Lo que sostiene a un país es la fuerza social. Quizá deberíamos entender eso mejor los mexicanos, y dejar de preocuparnos en buscar a una sola persona que venga a resolver todos nuestros problemas y empoderarnos un poco más como ciudadanos para resolverlos nosotros mismos.
—En ese sentido, los medios deberían dar armas a las personas para ejercer una ciudadanía inteligente, ¿no crees?
—La labor de los medios es informar, que la gente sepa qué está pasando no sólo en su entorno sino también a nivel global. Nuestro deber no pasa por educar al país ni llamar a las armas o movilizar; nuestro deber es informar. Lo que la gente haga con esa información ya es otro capítulo.

Diciembre 2019

Etiquetas: , , , , ,