martes, julio 25, 2006

ALGUIEN QUE ANDA POR AHÍ

La de Alfred Hitchcock es una figura que siempre anda por ahí. Es de esas obsesiones compartidas que dan poco espacio al sosiego. Reaparece, de pronto, en el teatro, en algún espectáculo basado en Psicosis (Psycho, 1960); o repentinamente en una serie televisiva cuando se escuchan los violines que Bernard Hermann creó para la escena de la ducha del mismo largometraje; o surge en los diarios una lista de los momentos más violentos de la cinematografía, o las diez grandes películas... y por lo regular hay algo suyo.
Ahora mismo está de gira por Inglaterra una copia restaurada por la Filmoteca Británica de Rebeca (Rebecca, 1940), la primera cinta hollywoodense de Hitchcock, con producción de David O. Selznick, fotografía de George Barnes y música de Franz Waxman, y que anticipa momentos y recurrencias sobre todo de los años cincuenta y sesenta, que es cuando el maestro aborda sus piezas mayores. En una de las escenas del arranque, por ejemplo, se ve a Laurence Olivier (en el papel de Maxime de Winter) al borde de un precipicio, mirando hacia el vacío, en actitud similar a la de James Stewart (como John Scottie Ferguson) luego de que Kim Novak (que fue Madeleine Elster y Judy Barton) ha caído nuevamente desde el campanario de la Misión de San Juan Bautista en el cierre de De entre los muertos (Vertigo, 1958).
Si pudiéramos cortar estas tomas, la de Olivier y la de Stewart, y colocarlas una al lado de la otra, se notaría un desencanto parecido: en Rebeca el protagonista vive obsesionado por la muerte de su esposa, de ese nombre, y piensa en el suicidio; en Vértigo, a Stewart le ha sido revelado un juego mortuorio en el que él participó de manera involuntaria (por una trampa de Gavin Elster, compañero de vuelos durante la Segunda Guerra Mundial), lo que implica una cura y un castigo: puede mirar ya a los abismos, pues la acrofobia ha desaparecido, pero sólo para descubrir la enorme oquedad que hay en su interior.
Un tema constante en Hitchcock es el poder de los muertos sobre los vivos, sea la misma Rebeca, que desde ultratumba administra su mansión; o la mítica Carlota Valdés en Vértigo, que marca los pasos de Madeleine; o la madre de Norman Bates en Psicosis, quien ya momificada defiende a su hijo de las mujeres que pudieran causarle tribulaciones.
Mientras la copia restaurada de Rebeca viaja por la Gran Bretaña, en los puestos de periódicos mexicanos empieza a aparecer, quincenalmente, buena parte de la filmografía de Hitchcock, en una colección que arrancó con Psicosis e incluye casi toda su etapa “americana” y está integrada por los mismos DVD de los Estudios Universal que han estado circulando desde hace más de cinco años (y que primero vimos en formato VHS), mas una segunda serie de Warner Brothers lanzada en el 2005 conocida en Estados Unidos como The Alfred Hitchcock Signature Collection.
A estas reapariciones de los filmes de Hitchcock habría que agregar la suma bibliográfica, que tiene una afortunada aportación reciente: el libro sobre Los pájaros (The Birds, 1963) de la feminista Camille Paglia, editado en 1998 por The British Film Institute y que publica en español este 2006 la Editorial Gedisa de Barcelona. Es el trabajo de una seguidora obsesiva: ha visto cientos de veces la película, la ha desmenuzado, recorrió los ámbitos geográficos que en ella aparecen, leyó los libros que sobre la cinta se han escrito, las entrevistas en las que Hitchcock habló de Los pájaros, e incluso llamó por teléfono a Tippi Hedren (el 15 de octubre de 1997) para que le contara de los días de filmación y de sus encuentros y desencuentros con el cineasta, con un acoso físico real, no ficticio, que se prolongó a Marnie, la ladrona (Marnie, 1964) y del que la actriz no salió muy bien librada.
Es interesante pensar que el movimiento ornitológico no se limita a las aves sino que está representado, también, en los humanos, que durante la primera parte de la película se la pasan picoteándose unos a otros antes de que la “guerra de los pájaros” comience. Ocurre con Tippi Hedren (Melanie Daniels) y Rod Taylor (Mitch Brenner) cuando se encuentran en la tienda de mascotas, y se atacan verbalmente para llamar la atención, como parte de un cortejo amoroso que en esos momentos da inicio; pasa, también, entre Tippi y Suzanne Pleshette (Anne Hayworth), en el encuentro de la novia anterior y la novia actual de Mitch; y hay un enfrentamiento curioso de Melanie Daniels con Jessica Tandy (la señora Brenner), madre posesiva, quien teme que por una mujer su hijo la abandone, y que hereda esos miedos de la señora Bates.
El motivo del “pájaro” tiene, del mismo modo, connotaciones claramente sexuales. El juego de dobles sentidos empieza desde los periquitos (o “pájaros del amor”, como se les conoce en Estados Unidos) que busca Mitch en la tienda de mascotas y en la posibilidad de su apareamiento, y se llega al punto más desconcertante cuando Melanie sube al cuarto de Cathy Brenner y es atacada, lo que parece más bien una violación, con los pájaros “picoteando sus pechos y masticando con furia sus esmaltadas uñas”, como narra el episodio Camille Paglia... escena que se filmó durante una semana y llevó a Tippi Hedren al hospital por una crisis nerviosa, porque estuvo todos esos días encerrada en una jaula llena de aves reales (y no mecánicas, como le habían mentido) y con algunas de ellas sujetas de sus patas con elásticos a las ropas de la actriz para que no pudieran escapar.
La pesadilla cinematográfica ocultaba el deseo mórbido de Hitchcock por poseer a la dama.

Julio 2006

lunes, julio 17, 2006

LA FÁBULA DEL MAPACHE Y LA TORTUGA

Se ha estado yendo la luz el fin de semana. La pausa que esto impone es a veces agradable porque crea un silencio distinto, nuevo, sin la música estridente de los vecinos de al lado ni el ruido de las máquinas de los impresores del edificio vecino, que han de tener mucho trabajo porque se pasaron en su oficina sábado y domingo, desde que Dios amanece hasta que Dios anochece. Nada de eso se escucha ahora que no hay luz.
Lo que se interrumpe de momento es la escritura. Si acaso algunas líneas logran salvarse, pero al volver a encender la computadora ésta no marcha como es debido, o cuando por fin se entra de nuevo al procesador de palabras y al texto iniciado, resulta que una frase no concluyó o un desarrollo, que se antojaba interesante, quedó trunco y uno no comprende ya o no ata el hilo del discurso propio, y cuando se logra medio reconstruirlo viene otro apagón y... Vuelta a empezar.
Mientras la luz regresa, y si parece que va para largo, debe uno armarse con lo elemental: el cuaderno y el lápiz o el cuaderno y la pluma. Un tipo dijo un día:
—Espera, deja que saque mi laptop —porque algo debía anotar.
Y mostró su cuadernito escolar.
Es como cuando alguien comenta preocupado:
—No encuentro las llaves del coche.
Y se busca en los bolsillos del saco y en la camisa y en el pantalón, hasta que halla unos boletos del metro, que son sus llaves del coche.
El cuaderno es una laptop que no tiene que ser encendida. Con lápiz o lapicero o pluma, lo que gustéis, basta. Es de lo que se provee José García, el personaje de El libro vacío (1958), de Josefina Vicens, que compra dos cuadernos, uno para las anotaciones primeras y otro para las versiones definitivas... pero el segundo cuaderno se queda en blanco, vacío, por lo que parecería que leemos sus borradores, lo del cuaderno en sucio, digamos, aunque eso está por discutirse. ¿No será que José García encontró la fórmula literaria adecuada a sus dificultades con la escritura?, ¿y si bien no llenó nunca ese libro vacío sí reescribió el otro, el sucio, porque encontró que al relatar su angustia con las palabras se retrataba a sí mismo?
Reeditó el Fondo de Cultura Económica las dos novelas de Josefina Vicens en un tomo, El libro vacío y Los años falsos (1982), basándose en la edición de la UNAM de 1987, omitiendo tontamente la carta-prefacio de Octavio Paz a la primera novela, que la ha acompañado desde 1978 y que el tomo universitario sí incluía. ¿Por qué no aparece el texto de Paz?, ¿por una mala decisión editorial o porque la heredera del poeta no concedió el permiso correspondiente? Le hace falta, al tomo nuevo, esa carta-prefacio, toda vez que el nuevo prólogo, de Aline Petterson, es a todas luces insuficiente.
¿A todas luces? No vuelve, todavía, la energía o corriente eléctrica, y escribe uno en un cuaderno, como José García, letras o palabras que cuando la luz regrese deberán ser pasadas en limpio.
¿Qué se llama “La luz que regresa”?
Solamente los relojes se mantienen en marcha, y lo que indican es el tiempo en que no ha habido luz. Por los cubos del edificio se escuchan algunas voces murmurantes, y afuera pasan los vehículos de sur a norte, o norte a sur, por la avenida Vértiz.
Tocan a la puerta. Es Aurelio, del servicio de limpia, que viene a recoger la basura lunes, miércoles y viernes a las 9:30 horas. No llamó por el timbre, obviamente, y encontró la puerta del edificio abierta. Parece excitarlo ese hecho, que dificultará hoy sus labores: la incertidumbre de si podrá entrar o no a los edificios, sin timbres ni interfones funcionando.
A propósito, en el prólogo a uno de los libros de Castaneda apunta Octavio Paz: “La mucha luz es como la mucha sombra, no deja ver”. Y tiene García Márquez un relato que se llama “La luz es como el agua”, del que en otro lado, y muchos años antes de salir los Doce cuentos peregrinos, contó cómo se le ocurrió, cuando preguntó a un “eléctrico” cómo era eso de la corriente eléctrica, y el tipo le dijo eso que luego se convirtió en el título de la narración, pues decía que al activar el interruptor, como quien abre el grifo del agua, corría el fluido en el foco, chocaba con el vidrio, y creaba luz.
En el cine, el sábado, también se fue la luz. Veíamos Vecinos invasores, una cinta de animación por computadora que parece fabular lo que hoy ocurre en el país: el mapache es Felipe Calderón, que acude a los otros animales en busca de mano de obra barata, pues el oso le exige alimentos. El oso representa a la clase empresarial, que pide todo para sí misma. Y el líder de los otros animales es una tortuga, que vendría siendo López Obrador, quien presiente el engaño en que sus compañeros están cayendo con las promesas de una vida mejor, el ingreso a la modernidad con alimentos empacados y no frutos silvestres. En principio el mapache desplaza a la tortuga aunque al final se descubre el engaño, de que aquél sólo buscaba el bien suyo y del oso...
Se activa de pronto el refrigerador. Suenan de nuevo las máquinas de la imprenta. Vuelve al edificio la música estridente de unos vecinos también invasores. Y la pausa termina. Es decir, regresó la luz.

Julio 2006

miércoles, julio 12, 2006

SYD BARRETT, EL MITO ORIGINAL

Cuentan que durante las grabaciones de Wish you Were Here, justo cuando se realizaba la mezcla final de "Shine on you Crazy Diamond", una canción de Roger Waters dedicada directamente a Syd Barrett, un tipo calvo y no mal parecido se apersonó en los estudios de EMI en Abbey Road y se quedó en un rincón observando al grupo, que escuchaba una y otra vez la canción para definir cuál de las versiones era aprobada.
La letra se refería a alguien que cuando joven brillaba como el sol, y proponía: "Sigue brillando, diamante loco", es decir: "Shine on you Crazy Diamond". Describía a esa misma persona con una mirada que era como "agujeros negros en el cielo", y: "Fuiste alcanzado en el fuego cruzado de la infancia y el estrellato,/ sopló en ti la brisa de acero./ ¡Enciéndete objetivo de risas lejanas, enciéndete extraño, leyenda, mártir, y brilla!"
Unos creyeron que el visitante que escuchaba una y otra vez esta letra junto con la banda era un ingeniero de sonido; alguien se detuvo a mirarlo y reconoció en el calvo a Syd Barrett, quien sonrió al comentar:
—¿Para qué se moletan en repetir tanto la canción si ya la escucharon una vez?
El extraño de los estudios de Abbey Road, la leyenda, el mártir, el diamante loco, murió este 2006 en un fin de semana propicio para que corrieran los fluidos rosas, justo cuando en las tiendas del mundo apareció un DVD ya muchas veces pospuesto, el de Pulse, que recoge una de las últimas presentaciones de Pink Floyd en Londres, en el cierre de aquella gira de 1994 con David Gilmour, Richard Wright y Nick Mason (sin Roger Waters, que fue el sucesor de Barrett) en que interpretaron, como segunda parte del concierto, todos los tracks de The Dark Side of the Moon...
El DVD Pulse acompañará, pues, la ceremonia del adiós de Syd Barrett, como una señal también de que los tiempos devoran al pasado, y con la conciencia de que esa inquietud de los fanáticos de la banda por saber si darán un concierto juntos Waters, Gilmour, Wright y Mason, sueño tantas veces desmentido pero logrado parcialmente en el Live 8, tendrá fecha de caducidad.
El brillo loco de Syd Barrett está en los inicios de la historia de este grupo de rock que en cierto modo continuó musicalmente las experimentaciones iniciadas por los Beatles, y quienes llevaron un poco más allá las canciones de tres minutos que aceptaba la radio.
A principios de los sesenta, Barrett estudiaba en Londres. Conoció a David Gilmour, que viajaba con su guitarra por Francia y España. Y se encontró con Roger Waters, que tocaba a veces en Londres con Nick Mason y Rick Wright, y a quienes se agregaba Barrett.
Tuvieron varios bautizos hasta convertirse en The Pink Floyd Sound, en honor de dos músicos de blues que Barrett apreciaba: Pink Anderson y Floyd Council.
Cuenta Andy Mabbett: "A medida que aumentaba su confianza, el grupo pasó de hacer covers de pop y de rythm & blues a sus largas improvisaciones psicodélicas que los 'raritos' del incipiente movimiento underground amaban y que todos los adeptos a conciertos más normales odiaban".
El "alocado Londres" los recibió como una anomalía creativa, y desde entonces verlos actuar en vivo fue toda una experiencia, por el sonido cósmico interminable que se combinaba con los juegos de luces en el escenario... Aunque en el proceso el que más se afectaba era Barrett, adicto al LSD y a los desmayos en el escenario.
De hecho la incorporación de Gilmour fue una forma de protegerse de las inconstancias de Barrett, no como reemplazo directo sino como apoyo.
Cuando empezaron a grabar, el declive de Barrett fue más pronunciado hasta degenerar en locura; y sólo en The Piper at the Gates of Dawn (1967) se nota su liderazgo, pues lo que siguió fue el abandono, la búsqueda creativa sin orden, en un camino que llevaría a Pink Floyd a una etapa post-Barrett primero dedicada al libre juego de los instrumentos (porque su letrista se había vuelto loco) y luego a los discos mayores, con Waters a la cabeza, en donde Barrett permanece como figura inspiradora, personaje implícito, desde el "daño cerebral" de The Dark Side, o el "diamante loco" de Wish you Were Here, hasta el señor Pink Floyd, huérfano de la Segunda Guerra Mundial, del que se cuenta su historia en The Wall.
Barrett lo inició todo, siempre estuvo ahí, y ahora, muerto, sigue en el panorama, como alma espiritual del grupo, el tipo calvo que es confundido con los ingenieros de sonido y escucha eternamente una canción que habla de él, cosa de la que parece no percatarse: "Alcanzaste el secreto demasiado pronto,/ le lloraste a la luna [...], montado sobre la brisa de acero, ¡enciéndete delirante, observador de visiones, enciéndete pintor, flautista, prisionero y brilla!"

Julio 2006

lunes, julio 10, 2006

EL PULSO DE PINK FLOYD

Cada buen grupo de rock va creando sus mitos. Los Beatles tienen, por ejemplo, a Stuart Sutcliffe, el amigo artista de John Lennon, al que éste convenció en Liverpool para que con lo ganado por la venta de un cuadro se comprara un “bajo” y se integrara a la banda; pero Stuart prefería los pinceles y los lienzos a las noches largas en los clubes de Hamburgo y pronto abandonó. Se casó con Astrid Kircher, fotógrafa alemana, y tuvo temprana muerte por un derrame cerebral, debido acaso a la golpiza recibida en una pelea de bar.
Stuart Sutcliffe es un “quinto beatle”, como lo son también, por mencionar algunos, Pete Best (baterista), George Martin (productor que a veces ejecuta los teclados), Eric Clapton (cuyos rasgueos se escuchan magistralmente en “While My Guitar Gently Weeps”) o el recientemente fallecido Billy Preston, que interviene como tecladista en Let it Be (1970) y participó en el concierto de la azotea del 30 de enero de 1969, la última vez que John, George, Paul y Ringo tocaron juntos en público.
En cuanto a Pink Floyd, una figura acaso similar a la de Stuart Sutcliffe es Syd Barrett, con ese mismo halo de artista maldito, sólo que éste sí sabía de música y fue líder y compositor del grupo en los años sesenta... hasta enloquecer, no literaria sino literalmente. Sin letrista, quienes se quedaron (Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright) más David Gilmour, que se incorporó poco antes del abandono de Barrett, se dedicaron a improvisar o experimentar, a dejar que los instrumentos tomaran sus propios rumbos, a crear sonidos cósmicos o psicodélicos que se alimentaban de sí mismos, proceso que termina, de algún modo, en The Dark Side of the Moon (1973), que abre al grupo varias puertas y cierra otras: es realmente una obra colectiva, creación a ocho manos, pero también el primer álbum en que todas las letras son de Waters. Con la fama que les trajo The Dark Side vendrían el caos del dinero y los conflictos; y la ausencia de Barrett se volvió también una nostalgia: el mensaje de que “ojalá estuvieras aquí” es para él.
The Dark Side marca un estilo, que se mantiene en Wish you Were Here (1975) y Animals (1977), la etapa madura de la banda, mientras Roger Waters se inunda de un enorme ego creativo que lo lleva a The Wall (1979), biografía indirecta de Waters y Barrett y muchos roqueros con historias similares, huérfanos reales o metafóricos de la Segunda Guerra Mundial, con potentes muros interiores y exteriores por romper; y a The Final Cut (1983), realizado con lo que sobró de The Wall, y que es la despedida de Waters de Pink Floyd, anterior a su intento no por deshacerse del grupo (que ya le quedaba pequeño) sino deshacerlo todo, yendo incluso a los tribunales para que los otros no pudieran usurpar la “marca” que él sentía como propia, cosa que por fortuna no logró.
El triste destino de las parejas creativas (Lennon y McCartney; Waters y Gilmour) es que terminan siendo grandes enemigos, como los amantes que luego de haber vivido con intensidad se odian a muerte, acaso porque saben exactamente qué es lo que está buscando el otro. De esa llama quedan, sin embargo, los recuerdos; en la música, sus composiciones en común.
Una cosa era oír a Pink Floyd en sus discos y otra verlos en vivo. Las colecciones de videos dan una idea aproximada de esa combinación, que se fue perfeccionando, entre una música atmosférica de alta intensidad y los juegos de luces en que se apoyaban. Ojalá pronto aparezca en formato DVD la gira de The Wall en vivo, que cubrió 1980 y 1981, conseguible en CD musical, y en donde interviene la formación básica de Waters, Gilmour, Wright y Mason. Lo que esta semana aparece en el mundo —por fin, luego de extrañas posposiciones— es Pulse (2006), un producto de la era post-Waters y que tiene, como evento especial, la interpretación completa de The Dark Side of the Moon, con el cierre de una gira mundial de 1994 que incluyó a México (los días 9 y 10 de abril) como una de sus estaciones, y del que se dice fue el concierto con mejor sonido de los que se han llevado a cabo en el foro antes conocido como del Autódromo Hermanos Rodríguez.
En Pulse, Waters no hace falta: en el disco del 73 las voces principales eran de Gilmour y Wright, que tienen un tono muy parecido y dan la impresión de ser o hacer eco el uno del otro, y pocas veces cantaba ahí Waters; en la guitarra en Pulse sigue Gilmour, gran maestro y pieza central del concierto, que se apoya en Tim Renwick; en los teclados se ve a Wright con Jon Carin; y en la batería está Mason, con el percusionista Gary Wallis... Se consiguieron a Dick Parry en los saxofones, que participó en las grabaciones originales de The Dark Side; y el lugar de Waters como bajista lo ocupa Guy Pratt. Y hay tres damas en los coros, las que intentan igualar alternadamente aquel milagro de Clare Torry en “The Great Gig in the Sky”.
El concepto Pink Floyd permanece en el increíble juego de luces y humo colorido, en la pantalla redonda que exhibe videos experimentales realizados especialmente para el grupo; y, sobre todo, en las interpretaciones de “Shine on you Crazy Diamond”, “Another Brick in the Wall (part 2)”, “Wish you Were Here”, “Comfortably Numb” y “Run Like Hell”, además, claro, de todo The Dark Side, desde “Speak to Me” hasta “Eclipse”... Se inicia con algunas canciones post-Waters, que no son lo mejor del grupo, pero se trataba entonces de promocionar The Division Bell (1994), un álbum que no está a la altura del grupo.
Hay conciertos memorables, el de los Beatles en el Shea Stadium, el de Harrison para Bangladesh, el de Led Zeppelin en el Madison Square Garden, el de Queen en Wembley, el colectivo de The Wall en Berlín... Aun sin Roger Waters este del DVD Pulse, tan esperado y tantas veces pospuesto, es uno de ellos.

Julio 2006

martes, julio 04, 2006

EL DÍA DESPUÉS DE MAÑANA

Una oportuna ventana literaria para observar cómo se han sentido o vivido las elecciones en México por casi un siglo, con carros completos, operaciones tamal y ratones locos o caídas del sistema, entre otras linduras fantasmales que en las incertidumbres aún nos acosan, es un texto extraño de Martín Luis Guzmán, “Axkaná González en las elecciones”, desprendimiento, en cuanto a su protagonista, de La sombra del caudillo (1929), quien cumple en esa novela un papel digno como acompañante del político que va a ser sacrificado por el tirano al no apegarse a los usos y costumbres de la pirámide del poder, y también, Axkaná, conciencia sobreviviente de la tragedia antidemocrática, pero que en ese otro apunte no muy conocido pierde del todo la compostura.
El párrafo que abre esas notas plantea muy bien las condiciones en que se daba la batalla electoral, y muchas veces ocurrió en tiempos del príato que podrían haberse tomado tal cual esas líneas, sólo modificando los nombres y las ubicaciones geográficas y cronológicas, para describir varios presentes vividos en nuestra historia patria, que son pasajes de una asombrosa y cruel picaresca. Se lee: “La víspera de las elecciones, a las nueve de la noche —era al mediar la tercera década de este siglo—, Axkaná González, candidato a diputado por el 5° Distrito de la ciudad de México, consideraba su causa poco menos que perdida. Teódulo Herrera, primero entre sus contrincantes, había logrado apoderarse de los documentos necesarios para la confección del expediente electoral, y Axkaná, pese a sus enormes esfuerzos de última hora, no conseguía reunir aún gente aguerrida con quien asaltar al otro día las mesas de los comicios y adueñarse, a su vez, de los tales papeles”.
Ganar las elecciones no implica ahí convocar el mayor número de votantes sino “apoderarse de los documentos necesarios para la confección del expediente electoral”, que fue algo que le ocurrió, varias décadas más tarde, a Cuauhtémoc Cárdenas, cuando le arrebataron su triunfo sobre Carlos Salinas de Gortari, que gobernó al país de manera ilegítima, fraude que se cometió a través de una inocente falla general en el Programa de Resultados Preliminares, esa herramienta que se consulta ahora como quien sigue, vía la red, una serie futbolera de penales.
Por esas tradiciones, que van desde Axkaná González hasta Manuel Bartlett, el domingo por la noche muchos murmuraban las palabras “fraude” y “robo”, pero quizá en este caso no se justifican porque es difícil, en estos tiempos, alterar o maquillar un resultado para que el candidato del sistema triunfe... aunque la clase gobernante lo haya apoyado sin discreción alguna en su campaña, con mensajes directos o indirectos, o docudramas propagandísticos que podría uno considerar como ingenuos artísticamente, y hasta absurdos y grotescos, pero al parecer efectivos tratándose de fabricar miedos. ¿Se pensará que la democracia evolucionó cuando no hay ya que ir a robar las papeletas para imponerse, como le ocurre a Axkaná, pero con una “guerra sucia” no más sofisticada pero que se ejercita en otros terrenos, con estrategias de control social desarrolladas sobre todo a través de la dos veces triste televisión mexicana?
Metido, pues, en ese lío, Axkaná recibe solicitudes de ayuda; aparece entonces don Casimiro, que le dice: “Todo en estas bolas, mi jefe, es asunto de dinero y de unos cuantos ciudadanos de buena voluntad. Si ahorita me entrega usted cien pesos, yo me comprometo a traerle mañana en la madrugada cincuenta o sesenta compañeros con los que le garantizo el triunfo”.
El relato de Martín Luis Guzmán se ubica (sin fecha) en el tomo primero de sus obras completas, casi al final (entre las páginas 1052 y 1073), un poco antes de Piratas y corsarios, y tiene el mismo espíritu bucanero de quienes van por el botín del poder en un país que vive “la abstención popular más completa, la indiferencia total del conjunto ciudadano, la renuncia a la dignidad de gobernarse a sí mismo”, y en el que las actividades inverosímiles se vuelven toda una especialización, como ese Chato Méndez, muñidor electoral de Axkaná, que siete días después de las elecciones se dedicaba aún a la tarea de fabricar expedientes falsos: “Llevaba ya inventados centenares de nombres de personas y simuladas otras tantas firmas; había anotado multitud de padrones, cruzado millares de boletas, y ahora se ocupaba en llenar con imaginarios sucesos de mucho sabor democrático, actas tan notables por la prosa como por la variedad de los tipos de letras y los colores de las tintas”.
En ese texto raro de Martín Luis Guzmán triunfan los gañanes. Los operadores reciben en el Club Radical Progresista de la calle de Guerrero sus recompensas. “Hubo enorme entusiasmo, aplausos y vítores. Porque Axkaná, desde aquella hora, debía considerarse diputado presunto, y, en efecto, lo era. Su credencial no podría considerarse de menor valer, ni menos limpia, que las que trajeran los 259 diputados del futuro Congreso. Así lo aseguraban y garantizaban el Chato Méndez, don Casimiro, Gándara y el estudiante veracruzano.”
En las condiciones actuales, sin reglas muy claras, con un presidente que fabrica equívocos sin ton ni son y ha seguido en esa línea desde el principio hasta el final de su sexenio, y con un árbitro que duda a la hora de declarar el gol bueno y en la ejecución de la pena máxima se pone más nervioso que el tirador o el arquero, está uno tentado a repetir aquella frase publicitaria del filme que enfrentó al Alien contra el Depredador: “Gane quien gane, nosotros perdemos”.
El que lo haga no podrá decir, en tal caso, que tiene las manos limpias.

Julio 2006