miércoles, noviembre 09, 2011


En el centenario de Josefina Vicens: una mujer de vanguardia

Si en el siglo XX, y a partir de la figura rectora de Virginia Woolf (cuya influencia va mucho más allá de la lengua inglesa), la literatura femenina tuvo un desarrollo notable, al punto de convertirse en una de las líneas esenciales de la creación escrita, esa búsqueda de un sitio y una voz particulares del orbe de las mujeres no siguió una secuencia uniforme, y es con Josefina Vicens (1911-1988), me parece, en donde acaso se verifica una de sus mayores rupturas.
Se adelanta la escritora uno o varios pasos a su tiempo, pues en ella lo fundamental no es ya el encuentro con un discurso que pueda ser ubicado o definido enteramente como femenino, afanes que sí se hallan en autoras como María Luisa Bombal, Gabriela Mistral o Rosario Castellanos; en Vicens es el ejercicio novelístico (la creación, el arte) el que construye las voces, y en sus dos intentos en el género (El libro vacío, 1958; y Los años falsos, 1981) asume, incluso, el disfraz masculino, que usaba, además, en otros terrenos: al redactar artículos políticos se transformaba en Diógenes García; y al escribir la crónica taurina le gustaba firmar como Pepe Faroles.
Combinados (el apellido de uno y el nombre del otro), tras ambos seudónimos se descubre a José García, el protagonista de El libro vacío. Si Flaubert aceptaba su identificación profunda con Emma Bovary, de modo similar Josefina Vicens pudo haber dicho: “José García soy yo”. Octavio Paz describió esa novela (que mereció el premio Xavier Villaurrutia, de escritores para escritores) como simple y concentrada, “a un tiempo llena de secreta piedad e inflexible y rigurosa”.
Al igual que Juan Rulfo (de quien fue amiga), Josefina Vicens es autora de sólo dos títulos notables que han encontrado, gracias a la edición reciente del Fondo de Cultura Económica que los reúne, nuevos lectores. En paralelo a la obra, su figura, la historia personal de Josefina Vicens, es también la de una mujer de vanguardia, de influencia poderosa a pesar del mote cariñoso con que se le conocía: La Peque.
Los pormenores de su vida pudo contarlos a mediados de 1986, dos años antes de su muerte, cuando Daniel González Dueñas y yo la visitamos en su casa de la calle Pitágoras, en la colonia Del Valle de la Ciudad de México, para el armado de un libro de conversaciones preferentemente literarias… aunque con Josefina Vicens hablar de libros era hablar de la vida, su máximo interés, y aun siendo una persona culta no permitía diálogos demasiado librescos.
Había entonces perdido la vista, y esa circunstancia le dificultó el propósito de trabajar una tercera novela, que intentó dictar. En una de las pocas fotografías que se le conocen está frente a la máquina de escribir, y quizá le hacía falta ese contacto, pues era, por otro lado, una gran conversadora… Pudo armar así, en esas tardes en que la visitamos, su retrato: nació en Villahermosa, Tabasco, el 23 de noviembre de 1911; con la familia viajó a la Ciudad de México, en donde estudió la primaria y una carrera comercial que le garantizaría su independencia. A los quince años se empleó como secretaria en las oficinas de Transportes México-Puebla; luego estuvo en un despacho de abogados y después en el Departamento Agrario. De esas labores tempranas le viene el apodo de La Peque, por ser la mas joven de su entorno; y ese mundo oficinesco dejará huella en las novelas.
Fue secretaria de Acción Femenil en la Confederación Nacional Campesina; e invitada más tarde por el doctor Alfonso Millán a que la asistiera en su papel como director del antiguo manicomio de La Castañeda. Contaba Josefina que su madre, siempre sorprendida por el comportamiento de la hija, al enterarse de ese ofrecimiento protestó: “¿No ves que el sueldo que te ofrecen es un señuelo para que estés donde debes estar?”
En la escritura se inicia como cronista de toros, y firma como Pepe Faroles. Un día el amigo de un torero, molesto por la reseña de la última corrida, anuncia que irá a la redacción de periódico Torerías, a golpear a Pepe Faroles; conversa un rato con Josefina hasta que ella le dice:
—Empiece, pues, a golpearme.
—¿Por qué, señora?
—Porque yo soy Pepe Faroles.
El hombre se levantó de la silla, ofreció disculpas y se retiró.
Hizo artículo político, como Diógenes García; y por un empleo administrativo llegó a la Sección de Técnicos y Manuales del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica. Como ya manejaba la pluma, o la máquina de escribir, pronto se volvió guionista. Sus libretos más populares son aquellos de las señoritas Vivanco, interpretados por Sara García y Prudencia Griffel; los más personales, Los perros de Dios (1973) y Renuncia por motivos de salud (1975)… Como guionista, la escritura no se le dificultaba; en la novela sí, y por ello dejó sólo esos dos libros que son piezas creadas al “alto vacío” en donde se dibuja, en el primero, a una persona común en duelo con la página en blanco; y, en el segundo, a un muchacho que hereda el nombre y las responsabilidades del padre en la casa grande, la casa chica y la oficina, una carga para él descomunal… Las novelas de Josefina Vicens son simples y concentradas, como diría Paz, a un tiempo llenas de secreta piedad e inflexibles y rigurosas.

Noviembre 2010

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“Hay mucho brujo malo, por la ambición del dinero”

En unos carteles aparecidos en muros de la zona sur de la ciudad de México, la señora Verónica Castillo, recién llegada de Venezuela, promueve su lectura de cartas, promete atraer al ser amado en sólo 24 horas y asegura no cobrar hasta ver resultados. No obstante que las lluvias y acaso algunas fuerzas maléficas desgarraron algunos anuncios, la convocatoria por ese y otros medios (incluido el Aviso Oportuno) dio buenos resultados y celebra tener, mínimo, cuatro o cinco consultas al día.
Alta, blanca, de facciones finas, ciertamente venezolana y antichavista a morir, recibe (con mallones y un blusón café tejido) en su casa de Paseos del Pedregal. Atiende en una habitación tapizada con telas brillantes tornasoladas; y se conversa en la mesa de lectura sin que los naipes, en principio, deban de ser tendidos (o atendidos). Asegura contar entre sus clientes a funcionarios con la ambición de escalar a los más altos puestos, actores y actrices en busca de amores reales o papeles que los consagren e incluso narcos que pagan por protección divina.
“Acá viene desde la gente más humilde, que uno pensaría que no tiene ni para la consulta, hasta gente importante. También han venido algunos narcos, que piden protección porque hay mucha muerte ahora entre ellos. No puedes quedarles mal, les hago una protección que les dure siete u ocho años y adiós. No me conviene hacerles una protección de menos años y que regresen pronto, sino una que dure y los tenga lejos.”

Brujos buenos, brujos malos

Nació en Caracas. El oficio le viene de familia. “La abuela de mi abuelo, llamada Ana Lucía, leía las cartas. Tenemos descendencia brasileña. Sabía yo que en mi familia se creía en esto, y como a los once años empecé a informarme, a leer libros de parapsicología. Fue entonces que me di cuenta que tenía un sexto sentido, tenía ese don.”
A los 22 años el abuelo le sugirió que estudiara parapsicología, y la inscribió en un instituto de Brasilia al que ella asistió por tres años. Ahí aprendió a hacer limpias de rama, de huevo, de sal, de café, desamarres… Como en el colegio Hogwarts de la saga de Harry Potter, había brujos buenos y brujos malos. “Unos estudiaban para hacer el mal; yo me interesé por la brujería para saber cómo luchar contra ella”, dice.
—¿Qué tanto mal se puede hacer con brujería?
—De matar, no matas: la brujería no te puede matar, pero sí puede arruinar tu vida.
Los profesores enseñaban a los alumnos que todo lo que se hace en la vida se paga, y que siempre es mejor hacer el bien que el mal porque así va uno a recibir cosas buenas.

Más allá de la terapia

En la habitación, que algunos llamarían consultorio, la gente habla de su vida, llora, pide consejos. “Una vez me trajeron un paciente que era muy tarde para mí ayudarlo. Lo intenté, hice de todo. Fue bajando mucho de peso y aun sin comer vomitaba y vomitaba. Llegó a pesar unos 30 kilos. Lo llevaron a cientos de médicos, le hicieron revisiones de la cabeza hasta los pies y nunca encontraron nada. Un médico le dijo: busca ayuda de la brujería, no puedo hacer nada por ti. Mas yo nunca pude averiguar qué le pasó, estaba ya muy mal.”
—¿Cuál es el ritual?
—Primero se tiran las cartas. Yo tengo dos consultas: las cartas tarot y las cartas egipcias, por unas cobro 200 pesos y por las otras 300. De acuerdo a las cartas se puede ver si esa persona necesita algún trabajo, sea de amor, empleo o amarre… y si me decido a hacer el trabajo no cobro hasta ver resultados, es la mejor garantía que puedo dar.
Lo más complicado de su oficio, asegura, es atraer al ser amado en veinticuatro horas. “Cuando puedo hacer un trabajo me meto de cabeza; y cuando veo que es mejor no meterse, ni lo intento.”
—En esto se juega con la fe, con la ilusión de la gente…
—Hay quienes ilusionan mucho a la gente; les dicen: yo te ayudo, págame diez mil pesos, luego tres mil, y pasa un mes, dos meses, años… y al final no obtienen nada. Deja el dinero, que ese va y viene, se juega con los sentimientos de las personas. Lo mejor es creer en el instinto, hay que saber si te mienten o no. Es como si fueras a un dentista y tú ves el consultorio y los instrumentos o su trato, y así sabes si es bueno o malo: o te va a dejar la dentadura perfecta o te va a arruinar lo poco que te queda. Aquí es igual.

Amarres

Se le comenta que en esto de la lectura de cartas y las limpias hay mucho de engaño, de estafa. Parece franca cuando con voz dulce revira: “¿Tú me crees a mí que yo puedo estafar a la gente? Como me ves, ¿tú crees que yo puedo estafar? Sí sé que hay gente que nace con el don pero se aprovecha de la gente humilde para quitarle su dinero, eso lo he visto muchas veces.”
—¿Cuáles son los casos más comunes?
—Acá lo que más pega es el amor. Lamentablemente es así, me da pena decirlo: el amor es la cosa más fuerte que hay en todo el mundo.
—¿Se puede atraer al ser amado cuando éste puede tener ya otros intereses?
—El amor es de dos, es lo que pienso. Si él no quiere a esta muchacha yo no puedo atraerlo a la fuerza. Se atrae al ser amado cuando se tuvo ya una relación con él pero hay otra persona que lo está jalando, endulzando al hombre, al que si una mujer le da un poquito deja todo y se va con ella. Yo se lo quito a la amante y se lo vuelvo con la esposa.
—¿Qué es el amarre?
—El amarre es que alguien te quiere atrapar a la fuerza. Hay hombres que quieren volver con su esposa, sus hijos, pero algo pasa en su cabeza que no pueden hacerlo, una fuerza muy fuerte le impide dejar a esa otra mujer. Y eso lo hace gente como yo, a la que le pagan para hacer la brujería; y a mí me pagan para sacar la brujería, la salación.
—¿Contra qué se combate?
—Contra varias cosas. Hay gente que roba la ropa de las personas y la entierra en un panteón, hay quien prende veladoras encima de la ropa, para que lo hagan sufrir, para que no tenga amor, empleo, para que no se sienta bien consigo mismo.
—¿Y hay mucho brujo malo?
—Hay más malos que buenos, por la ambición del dinero. Por desgracia, es más fácil hacer la maldad que el bien.
—El diablo anda suelto.
—Dios no puede pisar la tierra, nos ilumina, nos protege de muy arriba o manda a sus ángeles. Satanás está aquí, él reina acá.

Noviembre 2011

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martes, noviembre 01, 2011


El aquelarre erótico


Acaso se trate de un relato terrorífico, cuando le está uno agarrando las bubis a una chica respetable, muy expuesta y aparentemente dispuesta (¿dijo que se llamaba Chris?), que permanecerá ahí mientras dure el trago que se le invitó o el baile que se le pagó, y resulta que sus tetas son de doble pico: el implante interno, plástico, perdió su centro gravitacional y semeja, junto al externo, una suerte de pezón liso oculto, paralelo, como un volcán al que le creciera por dentro, algo ladeado, otro volcán.
—¿Qué te pasó?, ¿te las dejaron mal?
—Sí, ya me operé dos veces y no quedan.
Como si la hubiera intervenido el mismísimo doctor Frankenstein. Parece no importarle demasiado. Esos grandes senos no son ya una parte muy suya (de hecho con la cirugía ha perdido sensibilidad) sino un artículo de placer para los hombres que la miran y tocan; considérense como una de sus herramientas de trabajo, y ocurre entonces como si el martillo, la pinza o el mouse se hubieran enchuecado un poco por el uso o una mala reparación.
Es noche de brujas, jalogüin, en los clubes de hombres de la avenida Insurgentes, disfrazados como mazmorras, con telarañas de algodón, diablitas y vampiresas.
El decorado cambia, y la desvestimenta igual, pero las rutinas son las mismas. ¿Por qué los animadores de este tipo de centros hablan siempre con el mismo tono y cuentan los mismos chistes? La media luz, lo tenebroso, oculta las imperfecciones de las chicas, las estrías naturales o las líneas de puntos de la cesárea (“¡Ave, César, los que van a morir te saludan!”), de cuerpos construidos o destruidos en laboratorios de científicos algo locos.
Es decir, la noche de terror va más allá de lo que uno pudiera pensar, y en el espectáculo del desnudo cada una de las bellezas que sube al escenario podría ser considerada como parienta cercana de la novia de Frankenstein, porque para estar ahí y verse así tuvieron todas que pasar por un rito lúgubre de sangre y bisturí.

La noche de los senos vivientes

Propone el animador del Calígula un concurso; y el que gane se lleva una botella de vodka. Suben cuatro: el Ciego (porque usa lentes de fondo de botella), el Winnie Poh (que parece osito y es un borracho de rostro infantil), uno más que la memoria ahora borra y el Julio (poco cabello y lentes, algo parecido a Julio Regalado), sometidos a las más duras pruebas de baile y simpatía, que aceptan los retos ideados por el animador. Se trata de conquistar al respetable y triunfar mediante el fallo irrevocable del aplausómetro.
—¡Vamos, Winnie!
—¡Échale ganas, Julio!
Aunque parezcan sitios mixtos, los clubes de hombres son eso: lugares en donde se manifiesta la complicidad de género. Las mujeres son motivo de un comercio constante, van de una mesa a la otra mientras haya uno que pague, asienten y se asientan hasta en las piernas y entre más bebidas puedan pedir, mejor… aunque al final de la noche el trago les cause estragos. Son, ellas, cuerpos mudos en movimiento; lo que digan poco importa.. El cliente siempre tiene la razón.
Cada uno de los concursantes crea sus porras. En algunos casos, como en el del solitario Julio, se tienen que apoyar en los vecinos de mesa… mas gana, oh, sí, el que se quita la ropa, que fue el Winnie Poh, embebido y no en el juego.

El regreso del pezón fantasma

Sin tomarlo muy a pecho, el Julio perdedor vuelve a su mesa solitaria y pide el canje del boleto de baile privado que le vendieron a la entrada con descuento y camina hacia una zona especial en donde una bella dama (¿dijo que se llamaba Chris?) lo sorprenderá con sus bubis de doble pico, el pezón y su fantasma.
Más tarde (¿ya en La Envidia?), a las tres en punto de la madrugada, había que cerrar, y como le ley se hizo para respetarla entonces se cierran las puertas y con prontitud desalojan a hombres y mujeres del salón principal para llevarlos a un piso escondido, alto, en donde se puede seguir la fiesta entre besos y abrazos, y que recuerda a esos bares ocultos de los Estados Unidos en los tiempos de la prohibición del alcohol. Y ahí ya se puede fumar y hacer lo que a uno le plazca porque es un after…
—Te aconsejo que no pagues con tarjeta porque te cobran el 20 por ciento; mejor cruza al cajero y paga en efectivo, alguien de vigilancia te puede acompañar —dice una dama que ya no es Chris sino Samantha o Juliette, acaso un diseño mejor acabado del doctor Frankenstein.
Y sucederá entonces, en esta noche de jalogüin, una metamorfosis curiosa: al final del aquelarre serán los hombres los que se queden “brujas”.

Octubre 2011

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