Si en el siglo XX, y a partir de la figura rectora de Virginia Woolf (cuya influencia va mucho más allá de la lengua inglesa), la literatura femenina tuvo un desarrollo notable, al punto de convertirse en una de las líneas esenciales de la creación escrita, esa búsqueda de un sitio y una voz particulares del orbe de las mujeres no siguió una secuencia uniforme, y es con Josefina Vicens (1911-1988), me parece, en donde acaso se verifica una de sus mayores rupturas.
Se adelanta la escritora uno o varios pasos a su tiempo, pues en ella lo fundamental no es ya el encuentro con un discurso que pueda ser ubicado o definido enteramente como femenino, afanes que sí se hallan en autoras como María Luisa Bombal, Gabriela Mistral o Rosario Castellanos; en Vicens es el ejercicio novelístico (la creación, el arte) el que construye las voces, y en sus dos intentos en el género (El libro vacío, 1958; y Los años falsos, 1981) asume, incluso, el disfraz masculino, que usaba, además, en otros terrenos: al redactar artículos políticos se transformaba en Diógenes García; y al escribir la crónica taurina le gustaba firmar como Pepe Faroles.
Combinados (el apellido de uno y el nombre del otro), tras ambos seudónimos se descubre a José García, el protagonista de El libro vacío. Si Flaubert aceptaba su identificación profunda con Emma Bovary, de modo similar Josefina Vicens pudo haber dicho: “José García soy yo”. Octavio Paz describió esa novela (que mereció el premio Xavier Villaurrutia, de escritores para escritores) como simple y concentrada, “a un tiempo llena de secreta piedad e inflexible y rigurosa”.
Al igual que Juan Rulfo (de quien fue amiga), Josefina Vicens es autora de sólo dos títulos notables que han encontrado, gracias a la edición reciente del Fondo de Cultura Económica que los reúne, nuevos lectores. En paralelo a la obra, su figura, la historia personal de Josefina Vicens, es también la de una mujer de vanguardia, de influencia poderosa a pesar del mote cariñoso con que se le conocía: La Peque.
Los pormenores de su vida pudo contarlos a mediados de 1986, dos años antes de su muerte, cuando Daniel González Dueñas y yo la visitamos en su casa de la calle Pitágoras, en la colonia Del Valle de la Ciudad de México, para el armado de un libro de conversaciones preferentemente literarias… aunque con Josefina Vicens hablar de libros era hablar de la vida, su máximo interés, y aun siendo una persona culta no permitía diálogos demasiado librescos.
Había entonces perdido la vista, y esa circunstancia le dificultó el propósito de trabajar una tercera novela, que intentó dictar. En una de las pocas fotografías que se le conocen está frente a la máquina de escribir, y quizá le hacía falta ese contacto, pues era, por otro lado, una gran conversadora… Pudo armar así, en esas tardes en que la visitamos, su retrato: nació en Villahermosa, Tabasco, el 23 de noviembre de 1911; con la familia viajó a la Ciudad de México, en donde estudió la primaria y una carrera comercial que le garantizaría su independencia. A los quince años se empleó como secretaria en las oficinas de Transportes México-Puebla; luego estuvo en un despacho de abogados y después en el Departamento Agrario. De esas labores tempranas le viene el apodo de La Peque, por ser la mas joven de su entorno; y ese mundo oficinesco dejará huella en las novelas.
Fue secretaria de Acción Femenil en la Confederación Nacional Campesina; e invitada más tarde por el doctor Alfonso Millán a que la asistiera en su papel como director del antiguo manicomio de La Castañeda. Contaba Josefina que su madre, siempre sorprendida por el comportamiento de la hija, al enterarse de ese ofrecimiento protestó: “¿No ves que el sueldo que te ofrecen es un señuelo para que estés donde debes estar?”
En la escritura se inicia como cronista de toros, y firma como Pepe Faroles. Un día el amigo de un torero, molesto por la reseña de la última corrida, anuncia que irá a la redacción de periódico Torerías, a golpear a Pepe Faroles; conversa un rato con Josefina hasta que ella le dice:
—Empiece, pues, a golpearme.
—¿Por qué, señora?
—Porque yo soy Pepe Faroles.
El hombre se levantó de la silla, ofreció disculpas y se retiró.
Hizo artículo político, como Diógenes García; y por un empleo administrativo llegó a la Sección de Técnicos y Manuales del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica. Como ya manejaba la pluma, o la máquina de escribir, pronto se volvió guionista. Sus libretos más populares son aquellos de las señoritas Vivanco, interpretados por Sara García y Prudencia Griffel; los más personales, Los perros de Dios (1973) y Renuncia por motivos de salud (1975)… Como guionista, la escritura no se le dificultaba; en la novela sí, y por ello dejó sólo esos dos libros que son piezas creadas al “alto vacío” en donde se dibuja, en el primero, a una persona común en duelo con la página en blanco; y, en el segundo, a un muchacho que hereda el nombre y las responsabilidades del padre en la casa grande, la casa chica y la oficina, una carga para él descomunal… Las novelas de Josefina Vicens son simples y concentradas, como diría Paz, a un tiempo llenas de secreta piedad e inflexibles y rigurosas.
Noviembre 2010
Etiquetas: El libro vacío, Josefina Vicens, Los años falsos