MICHAEL MOORE Y EL CLAN DE LOS ARBUSTOS
El insulto fue la primera reacción de George Bush padre ante el documental Fahrenheit 9/11, estrenado este fin de semana en Estados Unidos, e iba dirigido contra el director Michael Moore: el político en retiro (pero con una clonación activa) definió al cineasta como “bola de grasa”. Tal respuesta, que es por otro lado un acierto descriptivo aunque grotesco, debe ser tomada de quien viene: si los Bush se enojan, es decir si los perros ladran, es señal de que Moore avanza (según el ya lugar común quijotesco). La crítica, entonces, es pesada o voluminosa, pero certera. El grupo gobernante es atrapado en su laberinto de mentiras por este individuo rechoncho; los afanes redentores son gruesamente desenmascarados como viles argucias comerciales con las que el clan de los arbustos (como se traduce la palabra “bush”) pone al mundo en riesgo. Dicen que buscan salvar a la humanidad cuando sólo van por el petróleo.
Moore, no hay duda, es un hombre gordo. Y lo es en contraposición con la imagen delgada y decente que intentan mostrar la mayoría de los “comunicadores” de los medios masivos del norte de América (desde México hasta Canadá). Su aspecto parecería poco agradable, si atendemos a las figuras sociales impuestas por las grandes corporaciones. Y tiene la impertinencia de abordar temas muy “americanos” con enfoques que parecerían más bien propios de otras culturas: en sus documentales, realizados para la pantalla chica o para el cine, juzga a una sociedad como es vista desde fuera, o como ha sido retratada en la callada (o acallada) guarida de la academia. Lo hace de tal manera, con tan hábil manejo del humor, que se vuelve vistoso: lo patético, divierte.
No se parece mucho Moore a la gente bonita que suele salir en las pantallas, pero sí a quienes caminan por las calles de los Estados Unidos. Es producto claro de las hamburguesas y los hot-dogs. En las conferencias de prensa insiste en que su rareza es mayoría, en que hay muchos otros que son y piensan como él. Veámoslo físicamente como el personaje Barney de la serie animada “Los Simpson”, pero con micrófono a la diestra y acompañado por un camarógrafo.
Este ser de caricatura apareció en 1989 en el documental Roger & Me exigiendo explicaciones al presidente de la General Motors, Roger Smith, por el cierre de una planta automotriz en Flint, Michigan, y el caos social que ocasionó tal decisión industrial. Los intentos fallidos de Moore por entrevistar al dirigente se vuelven una divertida cacería a través de la cual se cuenta la trágica historia de Flint. El paradigma de la filosofía empresarial no ocurre: la bonanza es de unos pocos, y la incertidumbre de muchos.
Pero Roger & Me no tuvo la difusión que sí logró Bowling for Columbine (Masacre en Columbine, 2002), realizado a partir de que un grupo armado de estudiantes atacó a sus compañeros de la preparatoria, y donde se apuntan algunas ideas que son desarrolladas en el recién estrenado Fahrenheit 9/11 (cinta que recibió hace unas semanas la Palma de Oro del Festival de Cannes). La pregunta de por qué los estadounidenses se disparan entre sí tiene como una de sus respuestas posibles el hecho de que el modelo a seguir es un gobierno agresor. En el pueblo en que se encuentra la preparatoria de Columbine, para no ir más lejos, hay una fábrica de misiles de destrucción masiva. Los Estados Unidos de Norteamérica han intervenido innumerables veces en otros países, como promotores de golpes de Estado e instigadores o ejecutores de masacres, ¿por qué asombrarse de que sus ciudadanos crezcan a su imagen y semejanza, o de que el terrorismo los asalte?
En inglés, to beat about the bush significa “andarse con rodeos”. Moore no lo hace, y sí quisiera que los arbóreos Bush dejaran de ornamentar la Casa Blanca. Confía en que su película Fahrenheit 9/11, y el libro que la acompaña (¿Qué le hicieron a mi país, man?, distribuido en México por Ediciones B), contribuyan a una poda severa en las próximas elecciones federales. Ver o leer a Michael Moore desde este lado del Río Bravo ayuda, además, a entender (o desentenderse) del amigo de los Bush, Vicente Fox, quien copia sin gran discernimiento muchas de sus políticas (como ese afán por reducir el gasto social) y que está llevando al país a similares turbiedades.
Junio 2004
El insulto fue la primera reacción de George Bush padre ante el documental Fahrenheit 9/11, estrenado este fin de semana en Estados Unidos, e iba dirigido contra el director Michael Moore: el político en retiro (pero con una clonación activa) definió al cineasta como “bola de grasa”. Tal respuesta, que es por otro lado un acierto descriptivo aunque grotesco, debe ser tomada de quien viene: si los Bush se enojan, es decir si los perros ladran, es señal de que Moore avanza (según el ya lugar común quijotesco). La crítica, entonces, es pesada o voluminosa, pero certera. El grupo gobernante es atrapado en su laberinto de mentiras por este individuo rechoncho; los afanes redentores son gruesamente desenmascarados como viles argucias comerciales con las que el clan de los arbustos (como se traduce la palabra “bush”) pone al mundo en riesgo. Dicen que buscan salvar a la humanidad cuando sólo van por el petróleo.
Moore, no hay duda, es un hombre gordo. Y lo es en contraposición con la imagen delgada y decente que intentan mostrar la mayoría de los “comunicadores” de los medios masivos del norte de América (desde México hasta Canadá). Su aspecto parecería poco agradable, si atendemos a las figuras sociales impuestas por las grandes corporaciones. Y tiene la impertinencia de abordar temas muy “americanos” con enfoques que parecerían más bien propios de otras culturas: en sus documentales, realizados para la pantalla chica o para el cine, juzga a una sociedad como es vista desde fuera, o como ha sido retratada en la callada (o acallada) guarida de la academia. Lo hace de tal manera, con tan hábil manejo del humor, que se vuelve vistoso: lo patético, divierte.
No se parece mucho Moore a la gente bonita que suele salir en las pantallas, pero sí a quienes caminan por las calles de los Estados Unidos. Es producto claro de las hamburguesas y los hot-dogs. En las conferencias de prensa insiste en que su rareza es mayoría, en que hay muchos otros que son y piensan como él. Veámoslo físicamente como el personaje Barney de la serie animada “Los Simpson”, pero con micrófono a la diestra y acompañado por un camarógrafo.
Este ser de caricatura apareció en 1989 en el documental Roger & Me exigiendo explicaciones al presidente de la General Motors, Roger Smith, por el cierre de una planta automotriz en Flint, Michigan, y el caos social que ocasionó tal decisión industrial. Los intentos fallidos de Moore por entrevistar al dirigente se vuelven una divertida cacería a través de la cual se cuenta la trágica historia de Flint. El paradigma de la filosofía empresarial no ocurre: la bonanza es de unos pocos, y la incertidumbre de muchos.
Pero Roger & Me no tuvo la difusión que sí logró Bowling for Columbine (Masacre en Columbine, 2002), realizado a partir de que un grupo armado de estudiantes atacó a sus compañeros de la preparatoria, y donde se apuntan algunas ideas que son desarrolladas en el recién estrenado Fahrenheit 9/11 (cinta que recibió hace unas semanas la Palma de Oro del Festival de Cannes). La pregunta de por qué los estadounidenses se disparan entre sí tiene como una de sus respuestas posibles el hecho de que el modelo a seguir es un gobierno agresor. En el pueblo en que se encuentra la preparatoria de Columbine, para no ir más lejos, hay una fábrica de misiles de destrucción masiva. Los Estados Unidos de Norteamérica han intervenido innumerables veces en otros países, como promotores de golpes de Estado e instigadores o ejecutores de masacres, ¿por qué asombrarse de que sus ciudadanos crezcan a su imagen y semejanza, o de que el terrorismo los asalte?
En inglés, to beat about the bush significa “andarse con rodeos”. Moore no lo hace, y sí quisiera que los arbóreos Bush dejaran de ornamentar la Casa Blanca. Confía en que su película Fahrenheit 9/11, y el libro que la acompaña (¿Qué le hicieron a mi país, man?, distribuido en México por Ediciones B), contribuyan a una poda severa en las próximas elecciones federales. Ver o leer a Michael Moore desde este lado del Río Bravo ayuda, además, a entender (o desentenderse) del amigo de los Bush, Vicente Fox, quien copia sin gran discernimiento muchas de sus políticas (como ese afán por reducir el gasto social) y que está llevando al país a similares turbiedades.
Junio 2004